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12.9.09

El rock de mi vida

"Ahora estoy haciendo algo que se llama “el rock de tu vida”, le pregunto a la gente“¿cuál es el rock de tu vida?”, no importa si es el que
más te gusta o el que más te afectó o el que más odiás…"
.

Esta cita pertenece a Mario Pergolini y está tomada de una nota que le hizo Enrique Symns para C, la revista del diario Crítica de la Argentina. Por lo visto en Cuál es? hay una especie de concurso para elegir las 250 canciones del rock nacional que marcaron a los oyentes.
Siendo que prácticamente no escucho rock nacional, y que tampoco pienso mandar un mensajito al 2020 diciendo “a mi me mata Churrasco Violento de Superuva”, he aquí una breve pero acabada explicación de lo que considero el rock de mi vida.

Mi introducción al rock vino por el pop, o tal vez esa delgada línea que los separa. Hay pop que de tan bueno merecería ser rock –por esos prejuicios pavos que uno lleva encima, “pop” suena a berreta, a Lindsay Lohan y New Kids on the Block-, y hay rock al que no comprendo por qué lo llaman tal, como Pier. Siendo que tanto las palabras ROCK como POP conllevan una filosofía implícita en sí mismas, voy a hacer caso omiso y declamar lo que me place.

Mi tía escuchaba Rock & Pop y armaba sus campilados en cassette, que tenían desde “El ritual de la banana” hasta una de Attaque 77 que decía “Dale Bo dale Bo dale Bo, ponga huevo que acá no pasa nada”. A veces nos los prestaba y con eso nos entreteníamos jugando a la radio con mi vecina de enfrente, aunque a mi vecina en realidad le gustaba Banana Pueyrredón. En esa época todavía la ruleaban los cassettes, esas hermosas porquerías negras a las que les pegabas una etiqueta para escribir el nombre y darles “REW” y “FF” para encontrar las canciones que querías escuchar. A veces de tanta escucha se cortaba la cinta y había que pegarla con esmalte para uñas o una delicada capita de cinta adhesiva. En un primer momento eran de 60 minutos y 90 como mucho, aunque después pasamos a los de cinta de cromo de 110 o 150. Pero eso es otra cosa.

Arranqué a principios de los ’90 escuchando Roxette, ese dúo sueco tan chicloso y pegadizo. Marie Frediksson y Per Gessle eran los faros que guiaban mi hasta entonces pobre vida musical. La cosa que quiero contar es que yo tenía, al momento del viaje de egresados a Córdoba, el look de la admirada señora en cuestión, para lo cual aporto un testimonio invaluable que estaba guardado por ahí:



Sí, mi pelo lucía tan tremendamente horrendo porque ese era mi tributo a la platinada cantante.
Llegado noviembre de 1992, mi papá hizo de tripas corazón y ante la insistencia, me llevó a verlos a Vélez. Ese fue mi primer recital.

Con el tiempo eso se me pasó, y conocí otra música. Para 1994 reemplacé mi pequeño Daewo multicolor por un walkman Sony –que era lo más de lo más en materia de reproductores de música portátil- en el cual intercambiaba estos cassettes:



El primero en llegar fue el de Alanis, que lo copié de una amiga que lo tenía en cd.



Después, vino el LedZep IV, que llegó a casa por cortesía de un entonces compañero de trabajo de mi viejo.


El de Lenny ni me acuerdo de dónde salió.




Y el de Oasis, el que más importa, me lo grabó un compañero de secundario.

Oasis fue la primera banda de rock de la que recuerdo haberme colgado a traducir las letras. Me fascinaba la lírica de Wonderwall, cuando escuchaba Champagne Supernova pensaba que no había otra forma más que las de las canciones hermosas. Este par de hermanos ingleses tan cabrones como fascinantes me metieron en un brete, porque esto que ahora había conocido marcaba un estándar demasiado alto para el simple acto de escuchar música.

Poco después conseguí el primer disco de Oasis, Definitely Maybe, y Live Forever fue una compañía esencial en la transición de ser una pendeja a ser un prototipo de mujer.

Pero la banda que me desarmó todos los esquemas fue Pearl Jam. Llegué a ellos por una compañera de facultad. Me había comido todo lo que fue el apogeo del grunge, Nirvana y la muerte de Kurt. Llegué un poco tarde, aunque no tanto.

En 1998 estaba obnubilada con OK Computer. Pero conocí a Luciana, que me mostró otras cosas. Me grabó un compilado de lo que ella consideraba “lo mejor” de esa banda con un cantante tan bonito: Jeremy, Black, Alive, Elderly woman behind the counter in a small town, Porch, Rearviewmirror… Cada letra podía describir completa y aboslutamente TODO lo que me pasaba. Todo. Y para colmo de males, el chico que me gustaba era re fan. Así que haciendo esa pelotudez que muchas minas hacemos, lo escuché más que nada para tener de qué hablar con él. Y con el tiempo me di cuenta de que este chico era un pretexto, una persona en la cual pensar cuando escuchaba Black y Vedder decía “someday you’ll be a star in somebody else’s sky, why cannot it be mine?”.


Así que como ven, el recorrido ha sido intenso y profuso hasta llegar al hoy, cuando me encuentro desesperada por escuchar The Resistance de Muse, Backspacer de Pearl Jam, feliz por haber recuperado Gold de Ryan Adams, o nostalgiosa al enterarme que la canción que más les gusta a ese colectivo indefinido llamado “los británicos” es Live Forever.


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